25 de Febrero de 2014

En la obra cumbe del romanticismo Alemán, “Fausto” (1808), Goethe, elabora la eterna tragedia del ser humano en su permanente incertidumbre respecto del Bien y el Mal.
La obra inicia con una escena en el cielo, en la que Dios y Mefistófeles (el Diablo) hacen una apuesta. En ella se pacta que Mefistófeles podrá tentar y apartar del buen camino al doctor Fausto, cosa que Dios no cree posible.
Este reto remeda la historia original de Adán y Eva. Ahora como entonces, la tentación que el Maligno ofrece es el conocimiento.
El Dr. Fausto no podría ser mas humano. Durante buena parte de la obra oscila continuamente entre el Bien y el Mal. Este dilema en su conciencia (por momentos de dimensiones trágicas), quiere evidenciar que en el ser humano no existe en forma absoluta ni la bondad, ni la maldad; sino que la personalidad humana es compleja, variable.
Es así que  el Dr. Fausto, encarna en diferentes momentos  las tres facetas en las que se manifiesta la destructividad humana.  ¿Puedes reconocerte en ellas?:
El nivel mas evidente -el que mas fácil reconocemos- es el de la destructividad activa. Es esa que exhibes cuando a partir de un impulso o una pasión, atropellas, manipulas, haces lo que sea (o casi) con tal de “salirte con la tuya”. En un extremo de ella, encontramos la crueldad, en donde se expresa no solo el impulso que destruye, sino el placer involucrado en esa destrucción.
La segunda faceta es la destructividad reactiva. Es el “ojo por ojo” de la ley del Talión. Es el daño que se justifica por ser revancha del mal que te hicieron. Es más común que la anterior; también es menos asumida dado que te sientes justificado en tu venganza.
Por su cualidad reactiva, esta forma de destructividad crea un espejismo: no eres responsable del daño que haces, después de todo, tú “sólo respondes”. “Si soy herido, eso justifica mi derecho a herir”; “haber sufrido me da permiso para hacerte sufrir”; parece ser el argumento inconsciente. El problema en esta lógica,  es que fácilmente pierdes de vista que de las varias respuestas posibles, tú elegiste la revancha, el desquite.
Finalmente, la más frecuente, silenciosa y epidémica forma del mal: la insensibilidad, el anestesiamiento. En ella, actúas como mudo cómplice del abuso o el maltrato  a tu alrededor, es cuando no quieres ver ni oír, cuando cierras tu conciencia y tu compasión frente al sufrimiento de otros, es la “cómoda” indiferencia que te separa del contacto sensible con  los demás.
Como verás, no somos “mejores” que el Dr. Fausto. Ser parte del género humano incluye vivir  en esta dualidad. Si no estuvieras involucrado negativamente con la creación, no estarías encarnado en este plano de conciencia (dualidad).