22 de Enero de 2013

Es comprensible que esperemos que la felicidad sea algo más bien fácil y accesible. En un mundo orientado hacia el consumo y el mercado, la felicidad es un «producto» bien cotizado.
La «industria de la felicidad» nos bombardea incesantemente con artículos, servicios e ideas que nos prometen formas fáciles, instantáneas y simples para finalmente ya ser felices.
Incluso en el ámbito del Desarrollo Humano y la Psicoterapia, muchas veces se trivializa este profundo anhelo humano: «Piensa positivo y serás feliz», parece ser la receta mágica que se nos propone.
Y si bien es cierto que cuando tenemos carencias en nuestras necesidades elementales (alimento, habitación y seguridad básica) estamos demasiado abrumados como para ser felices,  la realidad es que la abundancia material y aun la riqueza no son sinónimos de felicidad, como lo atestiguan las pandemias emocionales de angustia y depresión que asolan a los países del llamado primer mundo.
Así, a pesar de vivir rodeados de slogans y productos que nos prometen hacernos felices, la mayoría de nosotros nos quedamos con la secreta sospecha de que nos estamos quedando atrás en esta carrera.

 
La verdad es que la felicidad no viene fácilmente.
Y no existen remedios rápidos por una sencilla razón: no hay nada que reparar.
El ser humano no tiene un instinto, un «programa biológico», o un piloto automático que lo guie hacia la felicidad. La felicidad es ante todo una actitud que necesita cultivarse conscientemente, y que implica desarrollar una capacidad fundamental: aprender a relacionarnos con el todo de la vida.

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