16 de Octubre de 2012

En los boletines recientes he hablado de la experiencia y la expresión de las emociones (en particular el enojo y el miedo).
He descrito estas dos emociones como si fueran vivencias que ocurren en forma «pura», pero en la realidad las emociones no existen  -ni se experimentan- como si fluyeran en compartimientos separados.
Las emociones, al igual que las corrientes de agua, muchas veces fluyen una con otra. O de unas se desprenden otras.
En ocasiones fluyen mixtas, combinadas o se complementan mutuamente.
En un funcionamiento equilibrado, el enojo y el miedo trabajan juntos: El miedo da la señal de alarma, enciende el sistema de alerta y el enojo es la respuesta que busca cuidar el límite y la integridad.
En el enfoque corporal vemos al enojo y al miedo funcionar como antagónicos complementarios.
El miedo implica un movimiento energético y muscular de contracción y retirada, cuya otra cara es el movimiento expansivo y activo de la agresión.
Si no tienes una relación sana con tu emoción de enojo, es muy probable que tu emoción de miedo esté también en desequilibrio (o viceversa).
Si tu psique percibe que no te estás protegiendo adecuadamente (emoción de enojo), tu sistema de alerta se mantiene sobre-activado (emoción de miedo), cuidando cualquier posible amenaza.
Si en un nivel sientes que no puedes defenderte, tu necesidad de protección es constante y tu desconfianza del mundo y las personas es  mayor.
Nuestra comprensión de las emociones se queda corta en comparación con nuestro entendimiento de otros aspectos de la vida.
Somos capaces de conocer el universo y dividir el átomo, pero no podemos comprender o manejar nuestras reacciones emocionales frente a situaciones críticas.
Desarrollamos avanzados programas de nutrición y ejercicio para incrementar nuestra energía, pero ignoramos la fuente más rica de vitalidad que poseemos…nuestro propio mundo emocional.