20 de Agosto de 2013

Cuando tomamos conciencia de los retos que actualmente confrontamos (la espiral de violencia, los profundos desequilibrios ecológicos, la lucha por la sobrevivencia, la intensidad del cambio en que vivimos, el desgaste de las instituciones tradicionales) nos damos cuenta que este tiempo nos confronta con la necesidad de crear salidas nuevas.
La respuesta individualista que hemos intentado en los últimos 50 años en nuestra sociedad occidental, a todas luces ya se muestra insuficiente.
Necesitamos…
… soluciones inéditas…
… surcar aguas nunca antes vistas…
… navegar en experiencias y horizontes desconocidos.
Nunca antes en la historia de la humanidad, los retos a los que nos enfrentamos habían requerido una cooperación tan amplia, una coordinación tan grupal.
No cabe duda que necesitamos una tripulación para navegar estas aguas agitadas.
Necesitamos reinventarnos y reinventar nuestra colectividad.
Sin embargo, un eslabón ausente en nuestra agitada vida urbana es justamente la conexión con otros, la sensación de pertenencia a una comunidad.
Y resulta tremendamente paradójico. Si preguntas entre tus conocidos, si escuchas a tu alrededor, una de las quejas más frecuentes es la sensación que tenemos de sentirnos “solos”. Sensación que tratamos de paliar con las amistades electrónicas (Facebook, internet), sin lograr realmente substituir la cualidad del contacto humano.
Estamos tan acostumbrados a estar solos que ya no comprendemos el poder transformador que puede tener un grupo o una comunidad.
¿Pero, cuáles son los retos y aprendizajes que implica la inclusión y pertenencia a un grupo?

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