5 de Febrero de 2013

Cierra tus ojos por un momento y recuerda alguna vez que te hayas sentido feliz, elevado, alegre, en el flujo de las cosas.
Observa tu experiencia…
Prácticamente todas las veces que he invitado a amigos o clientes a hacer esta evocación, no obstante las diferencias personales, surge un común denominador: son experiencias en las que te sientes en armonía y en una unión perfecta, en relación vital con algún aspecto de la vida.
… tal vez una relación con un amante; con amigos o familiares…
… tal vez con algún proyecto o anhelo a realizar…
… o te sientes en comunión con la naturaleza, o con una obra de arte…
… o profundamente en contacto con las dimensiones de tu ser interior.
Desde esta perspectiva, no resulta sorpresivo que en los estudios e investigaciones psicológicas, la incapacidad de participar e involucrarse en actividades significativas es un síntoma característico de la depresión, y de la infelicidad.
El hecho es que cuando comprendes a la felicidad como el resultado de participar, de involucrarte activamente, de darte a las personas, proyectos o experiencias en tu vida, estás invitado a reconocer que la felicidad no depende tanto de tu buena o mala suerte… depende de tu capacidad y habilidad para relacionarte con todas las experiencias: «buenas o malas».
Y aquí es donde suele aparecer la principal objeción: ¿Cómo aceptar que los momentos difíciles y tristes también son parte de este caminar con la felicidad?; ¿Cómo mantenerte abierto y conectado con el flujo de la vida, cuando también ocurren situaciones o experiencias que consideras negativas?
Aquí es donde necesitamos desarrollar esa capacidad fundamental: aprender a relacionarnos con el todo de la vida.

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