Un samurái estaba intranquilo, hace días lo consumía una inquietud.
Buscando una respuesta, visitó a un viejo maestro y sin más preámbulo le preguntó:
«Dime anciano, ¿qué sabes de la naturaleza del cielo y el infierno?»
Tras una pausa reflexiva, el viejo sabio contestó:
«¿Por qué debo revelarle a un desaliñado, repugnante y miserable como tú, algo tan profundo?»
El samurái reaccionó sorprendido. Tratando de guardar la compostura replicó:
“Detente anciano, por menos de eso he hecho rodar cabezas…”
Pero el viejo, lejos de detenerse, siguió adelante con sus improperios:
«Miserable gusano, ¿crees que debo decirte algo? No sé qué es mayor, si tu ignorancia o tu peste…”
Consumido por la rabia, el guerrero desenvainó su espada, y estaba a punto de cortar la cabeza del anciano cuando éste, con un ademán severo, le grito:
«¡Eso es el infierno!»
El guerrero, que era una persona sensible, al instante se dio cuenta: él había creado su propio infierno.
Pudo ver cómo por un momento estuvo consumido por un espacio negro y caliente, lleno de odio, ira y resentimiento. A tal grado, que estuvo a punto de matar a este hombre.
Ante este reconocimiento las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, y uniendo sus manos en un gesto de profundo agradecimiento se inclino ante el sabio.
«Y eso es el cielo”, remató éste con suavidad.
Ciertamente, no necesitas amenazar una vida para conocer la naturaleza del “cielo» y el «infierno».
Pero quizá si tomar conciencia de un espacio donde se gestan la mayor parte de tus “infiernos”. Son las experiencias internas que no quieres ver… aquellas de las que no quieres ser consciente.
Esas experiencias que intentas dejar en la inconsciencia, que forman parte de la “Sombra” de tu psique.
En el próximo boletín exploraremos -y llevaremos alguna luz- a esa dimensión oscura de tu conciencia: la “Sombra”.
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