La madre estaba harta.

A pesar de todos sus esfuerzos, no lograba hacer que su hijo adolescente se comportara y cumpliera sus obligaciones.

Así que pensó en pedir ayuda a su tío, un renombrado monje budista -famoso por su sabiduría- que vivía en un templo lejano.

El tío aceptó la invitación. Pasó todo el primer día de visita… y no dijo nada.

La madre se explicó a sí misma: “seguramente primero necesita estudiar la situación”.

El segundo día fue igual: el monje continúo en silencio.
«Bueno, él es un sabio. Ya hablará cuando sea necesario.» Trató de justificar la madre.

Pero pasó el tercer día… el cuarto… el quinto y nada: sólo silencio.

Y así pasó un tiempo, hasta que llegó el día en que el monje debía partir.

El adolescente, siguiendo la tradición, le trajo a su viejo tío las sandalias.

Mientras las ponía en los pies del anciano, sintió una gota de agua que caía en su mano…

Miró hacia arriba. No era agua: eran las lágrimas del viejo. Su tío lo estaba mirando con ternura, llorando.

Como padres, llega el momento en la relación con nuestros hijos, en que nos vemos confrontados con situaciones, conductas y formas de ser, que ya no está en nuestra mano cambiar.

Como el viejo sabio, nos vemos confrontados con nuestras limitaciones, con el hecho de que nuestra “solución”, por mas bien intencionada que parezca, ya no es recibida.

No es fácil aceptar que hay cambios que nuestros hijos sólo pueden hacer por sí mismos, que necesitan aprender sus propias lecciones.

A veces, al igual que el sabio maestro, la mejor opción es aceptarlos “tal como son”, ese es precisamente el principal reto del amor …

¡¡¡MUCHAS FELICIDADES EN EL DÍA DE LAS MADRES!!!

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