¿Recuerdas lo que dicen las azafatas?
Ya sabes:
“En caso de que el avión pierda presión en la cabina, ponte tu propia máscara de oxígeno antes de ayudar a alguien mas”.
Me gusta la idea para ilustrar un punto importante: si no puedes cuidar de ti, no podrás cuidar a otros.
Es bueno sentir compasión por otros, pero a veces la vida demanda que sientas autocompasión.
¿Autocompasión?
Para decirlo de la forma más simple, la autocompasión es llevar ese deseo de evitar que alguien sufra, y aplicarlo en el ser que lo merece más que ningún otro: Tú.
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La autocompasión no es quejarte, compadecerte, ni tampoco rendirte.
De hecho, la autocompasión te fortalece.
Te permite sobrellevar y sobreponerte a situaciones que de otra manera no podrías.
Permite que recicles tu energía y resurjas.
Cuando sientes compasión por ti, no culpas a otros del dolor que enfrentas en la vida. Te ayuda a reconocerlo, a procesarlo, incluso a crecer a través de él.
Sin embargo, la autocompasión también es un reto, porque no siempre es fácil.
Puedes temer que sentir compasión por ti te vuelva débil.
O tal vez se te dificulte porque estás demasiado acostumbrado al habito de la autocrítica.
O quizás te da miedo pensar que la autocompasión termine llevándote a una posición egoísta en donde sólo cuentas tú.
O, simplemente, en el fondo sientes que no la mereces.
Ser tu amigo -actuar como tu mejor aliado- hace que tengas más energía y entusiasmo en tus proyectos.
Que te atrevas a tomar más riesgos, porque sabes que si “fallas”, tienes un terreno blando en donde caer: la compasión por ti mismo.
Si pretendes desarrollar tu compasión por otros, necesitas aprender a cuidarte.
El fundamento de la compasión, es la autocompasión.