Nuestro cuerpo nos da mensajes y señales de lo que está sucediendo en las profundidades de nuestro ser. Cuando afinamos nuestra sensibilidad, si educamos nuestra percepción, comprendemos mejor el lenguaje de nuestros síntomas.

Hoy veremos otra manera de propiciar este diálogo con nuestro cuerpo: consiste en tomar en cuenta la naturaleza misma de los tejidos u órganos involucrados.

Por ejemplo, no es lo mismo torcerse un tobillo, que rompérselo. El primero involucra tejido «suave» (tendones y músculos); el otro involucra tejido duro (hueso).

 

¿Qué pista intenta darnos el tipo de tejido involucrado?

 

Cuando el síntoma -o la señal corporal- involucra a los huesos, se nos invita a observar en la dimensión más esencial de nosotros, en el centro de nuestra personalidad.

El esqueleto es lo que nos sostiene, desde la dimensión más profunda. Es la estructura que nos permite actuar y estar en el mundo.

Así que una señal o un síntoma en los huesos nos habla de que algo está en desequilibrio en un nivel muy profundo y esencial.

Cuando son los músculos los que están involucrados, es nuestro nivel psicológico y mental el que está llamado a revisión.

Quizá nos estamos presionando demasiado, queriendo cumplir con un nivel alto de auto exigencia.
En este caso necesitamos revisar nuestras creencias y las imágenes que tenemos de nosotros mismos, de las personas y de cómo debe ser el mundo.

Cuando son los fluidos los que están involucrados (sangre, plasma, etc.), los temas tienen que ver fundamentalmente con la dimensión emocional.

Los fluidos en el cuerpo nos dan movimiento y expresión: lloramos lágrimas, sudamos cuando estamos excitados o nerviosos.

Están relacionados con la emoción y la expresión.

Recuerda, el cuerpo es tu aliado, y te ayuda a reconocer las dificultades emocionales… las dimensiones de ti mismo que están desatendidas.

 

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