Había una vez…
… un tipo que tuvo la idea de escribir una fábula, es decir, una historia de ficción cuyo objetivo es enseñar una lección.
Desde entonces, hemos tenido más fábulas de las que podemos contar. Y el número y variedad de sus lecciones son igualmente difíciles de enumerar.
Pero, hay algo que no nos cuentan estas historias.
Mientras asumimos que nuestros hijos aprenden ética y moral cuando las escuchan, una cosa que Esopo y La Fontaine nunca nos enseñaron fue cómo comprobar si esto es cierto.
Por eso, en 2014 un equipo de investigadores decidió poner a prueba algunas de las fábulas más conocidas.
El resultado: La nariz de Pinocho creció… resulta que no es tan cierto que las fábulas nos enseñan algo.

El equipo, dirigido por el Dr. Kang Lee de la Universidad de Toronto, decidió concentrarse en fábulas cuyo objetivo es enseñar a los niños a decir la verdad.
Se escogieron tres: Pinocho; Pedro y el lobo; y la historia de George Washington y el cerezo.
Pero antes de leer estas fábulas a los niños, los investigadores crearon una situación propicia para poner a prueba la honestidad. Los grupos de pequeños sujetos al experimento, se sentaron con un adulto a jugar.
El juego iba así: el adulto tenía un juguete escondido tras su espalda, hacía un sonido con él y los niños tenían que adivinar de qué juguete se trataba.
Sin embargo, entre las rondas de adivinanza, el adulto repentinamente se levantaba diciendo que había olvidado un libro en otra habitación. Antes de salir le advertía al grupo que no se asomaran a ver cuál era el próximo juguete.
Por supuesto, muchos pequeñines no aguantaban la tentación, y se asomaban.
Cuando el adulto regresaba, leía una de las tres fábulas. Después, le preguntaba a los niños si tenían algo que confesar, citando según el caso, al personaje principal de la historia.
Por ejemplo, si los niños habían oído: «Pedro y el lobo», el adulto les decía: «Voy a hacerles una pregunta, y no quiero que sean como el chico que gritó por el lobo. Quiero que me digan la verdad, ¿de acuerdo?”
Si habían escuchado el cuento de Pinocho, les decía: «Voy a hacerles una pregunta, y no quiero que sean como Pinocho. Quiero que me digan la verdad, ¿de acuerdo?»
Después de que los niños estuvieron de acuerdo en decir la verdad, les preguntó: ¿alguien se asomó a ver el siguiente juguete cuando salí de la habitación?»
¿Los resultados?…
Del grupo de niños que escucharon Pedro y el lobo; y Pinocho, sólo alrededor de un 30% confesaron haberse asomado. Estos dos grupos no mostraron ningún cambio significativo en comparación con otro grupo que había tenido el mismo proceso, sin escuchar ninguna fábula.
Sin embargo, para quienes escucharon la historia de George Washington, los resultados fueron más prometedores. Aproximadamente la mitad de los niños que rompieron la regla decidieron que, como Washington, no podían decir una mentira.
Oír esta última historia, aunque produjo un impacto modesto, al menos pareció tener algún efecto.
Al reflexionar el motivo, el Dr. Lee concluyó: “Una posible explicación del por qué la historia de Washington, tuvo un resultado positivo, es que el pequeño George fue recompensado por decir la verdad.
En contraste, las otras historias se centraron en los malos resultados de decir una mentira”.
De las fábulas clásicas ya no estoy tan seguro, pero del estudio si podemos extraer una moraleja: si quieres enseñar a tus hijos una lección, haz hincapié en los resultados positivos en lugar de centrarte en señalar las consecuencias negativas.
Y recuerda, puedes hacer uso de la historia de George Washington y el cerezo… incluso si este cuento, paradójicamente, es en sí mismo una mentira.
 
Hasta pronto.
Jorge Galindo
Director CÓRPORE
www.corporal.com.mx

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