9 de Abril de 2012

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Imagínate esta escena: Adán y Eva sentados desnudos en el paraíso, debajo del árbol del conocimiento… besándose.
Comienzan a excitarse. Otra vez iban a hacer el amor; de forma mecánica, como siempre. Ella se detiene por un momento y comenta:
«Quisiera que esta vez fuera diferente, algo más profundo o espiritual.»
Adán la mira confundido: «no estoy seguro qué quieres decir».
«Ni yo tampoco», replica Eva.  «¿Por qué no le pedimos ayuda a Dios?».
«Padre, te pedimos que estés con nosotros en esta unión, y  que nos permitas experimentar tu luz divina y ser uno contigo».
De repente se oye un fuerte sonido, ¡ZZZZZZ! Una víbora sexy y llena de vitalidad desciende del árbol sosteniendo en su boca una brillante manzana roja.
Eva toma la manzana, agradece y se sienta en las piernas de Adán. Toma una mordida y todavía con la jugosa fruta en su boca, comienza a besarlo nuevamente.
Los besos y los cuerpos en contacto van encendiendo nuevamente la pasión.
La excitación crece con cada mordida… y sin poder  contenerse  más,  comienzan a hacer el amor.
Escalofríos de placer recorren sus  columnas vertebrales, y al borde del éxtasis ambos susurran
«¡Gracias Dios!»
En ese mismo instante aparece una deslumbrante luz blanca llenando sus mentes, cuerpos y corazones de felicidad y satisfacción.  Alcanzan a escuchar un murmullo: «soy el espíritu Santo, y ustedes son mis amados hijos. Sean bendecidos por la unión de sus energías y por traer, a través de ella, sanación,  amor y belleza a este mundo»…
Ésta es la historia que me hubiera gustado escuchar en mi catecismo… ¿a ti no?

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