17 de Abril de 2012

Hace aproximadamente 150,000 años ocurrió una crisis con la llegada del «homo sapiens»  al proceso evolutivo.
El crecimiento del cerebro en los fetos (dicen los antropólogos) convirtió el parto en la principal causa de muerte entre nuestras antepasadas femeninas.
Percibiendo que la muerte era una probabilidad alta en el momento de dar a luz, estas primeras damas se vieron forzadas a descubrir una conexión crucial: el acto sexual se conectaba con el embarazo.
Esta conexión precipitó otro evento extraordinario: nuestras antepasadas femeninas fueron las primeras hembras entre más de 3 millones de especies, en negarse a tener sexo  aun cuando estuvieran ovulando.
Este desarrollo de la capacidad de elegir un curso de acción diferente del que determinaban sus potentes hormonas y sus instintos, significó un
Cambio Radical en la Historia Sexual  de la Humanidad.
Ellas guiaron el proceso mediante el cual la emergente conciencia trascendió en  forma definitiva a la determinante biológica y al instinto.
La riqueza que ese movimiento de conciencia precipitó, con el transcurso de los siglos, propició que la sexualidad humana se caracterice por ser la más variada, sofisticada  y compleja dentro de todo el reino animal.
Puedo  imaginar  a nuestros  peludos antepasados confrontando las primeras experiencias de contraste  en ritmo y preferencia  sexuales, y  concentrando sus recién nacidas capacidades mentales para comenzar a formularse preguntas que siguen presentes hasta nuestros días:
¿Cómo puedo hacer más satisfactorias mis relaciones  sexuales?
¿Qué interfiere y  limita mi capacidad de gozo?
¿Cómo puedo ser  mejor amante?
¿Qué hago para crear mayor compatibilidad sexual con mi compañera(o)?

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